Hola, les saludamos con gusto en esté día. Seguimos compartiendo con ustedes material de bendición. Esté día les compartimos la siguiente anécdota:
Había un pequeño niño visitando a sus abuelos en su granja. Él tenía una resortera (catapulta) con la que jugaba todo el día, practicaba con ella en el bosque pero nunca le daba al blanco. Estando un poco desilusionado, regreso a casa para la cena.
Al acercarse a casa, divisó al pato mascota de la abuela. Sin poder contenerse, usó su resortera y le pegó al pato en la cabeza, y lo mató. Estaba triste y espantado, todavía en pánico, escondió el cadáver del pato en el bosque. Pero se dio cuenta que su hermana lo estaba observando.
Lucrecia lo había visto todo, pero no dijo nada. Después de cenar, la abuela le dijo: «Lucrecia, acompáñame a lavar los platos». Pero Lucrecia dijo: «Abuela, Pedro me dijo que quería ayudarte en la cocina, ¿no es cierto Pedro? y ella susurro al oído: «Recuerdas lo del pato?».
Entonces, sin decir nada, Pedro lavó los platos”. En otra ocasión, el abuelo preguntó a los niños si querían ir a pescar, y la abuela dijo: «lo siento, pero Lucrecia debe ayudarme a preparar la comida». Pero Lucrecia con una sonrisa, dijo: «yo si puedo ir, porque Pedro me dijo que a el le gustaría a ayudar». Nuevamente susurro al oído «Recuerdas lo del pato».
Entonces Lucrecia fue a pescar y Pedro se quedó. Transcurridos muchos días en que estaba haciendo sus propias tareas y las de Lucrecia, finalmente Pedro no pudo más. Fue con su abuela y confeso que había matado al pato. Ella se arrodillo, le dio un abrazo y le dijo: «Amorcito, yo ya lo sabía, estuve parada en la ventana y lo vi todo, pero porque te amo, te perdoné.
Lo que me preguntaba era hasta cuando permitirías que Lucrecia te tenga esclavo. ¿Hasta cuando permitirás que tus pecados sin confesar te mantengan esclavo?
Al igual que Pedro, nosotros podemos evitar que el enemigo use nuestros errores para acusarnos delante de Dios.
«Si decimos que no hemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y no decimos la verdad. Pero si reconocemos ante Dios que hemos pecado, podemos estar seguros de que él, que es justo, nos perdonará y nos limpiará de toda maldad«. 1 Juan 1:9,10.